sábado, 29 de diciembre de 2012

EL PINTOR DE ALMAS III

                                                             Fotografía de Michal Macku


Repasaba una y otra vez lo acontecido con intención de recordar algún detalle que me permitiese ubicar a mi desconocido, pero era inútil. Poco a poco, la penumbra de la habitación, iluminada tan solo por los rescoldos de la leña que estaba casi consumida y el suave sopor al que me llevaba  el malta hicieron que mis pensamientos derivasen hacia otros derroteros. Mi mirada vagó hasta un anaquel situado encima de la chimenea, en el que había, entre otros objetos, dos fotografías enmarcadas.
Los rostros de dos jóvenes, sonrientes, me miraban, dos rostros  que aparecían con frecuencia en mis sueños. Mis hijos.
Fue inevitable volver a recordar una vez más. Cerré los ojos y los resortes de mi memoria me llevaron dos años atrás,
Mi vida transcurría con aparente placidez. Posición acomodada. Trabajo estable pero con problemas. Matrimonio sumido en la rutina y dos maravillosos hijos. Una situación  que podía haber mantenido durante muchos años.
Pero había un problema. Yo.
Desde hacía años me sentía vacío, completamente vacío. Mi cuerpo era una un simple recipiente lleno de velas que iluminaron el camino por recorrer y se fueron consumiendo, poco a poco, dejando tan solo pábilos quemados en un fondo de cera.
En mis nocturnas conversaciones con mi vacuo yo, mientras escuchaba mi silencio, se fue forjando una idea. Idea que fue ganando peso a medida que las velas se apagaban.
Un día, tome la decisión, a sabiendas de que sería la mas difícil e importante de mi vida.
Me presenté en mi casa, después del trabajo y le dije a la que era mi mujer que me marchaba.
Mientras se pedían y se daban las pertinentes explicaciones, aunque no sirviesen de nada, mientras el llanto crecía y unos amigos, oportunamente avisados ofrecían consuelo y esperanza de meditar, retomar, reconsiderar, ……, entre mientras y mientras llegaron mis hijos, primero ella, después el.
Con lágrimas y entre sollozos les dije mi decisión, primero a ella, después a él, con las mismas lágrimas que ahora, al recordarlo  recorren mi cansado rostro.
Nunca podré olvidar la reacción de ella. No habló. Solo lloraba y me partía el alma con cada gota que manaba de sus azules ojos.
Nunca podré olvidar la reacción de él. Con la mirada fría nos miró y dijo un escueto “Es vuestro problema”. No hubo ni una sola lágrima. No hubo ni una sola palabra más, pero yo sabía que estaba destrozado.
Fue a la habitación de su hermana, le ofreció su consuelo y mi alma se volvió a partir.
Los abracé, me abrazaron, los besé, me besaron, nuestras lágrimas se fundieron en una y me marché.

Nunca comprendieron por que tomé esa decisión, ni entonces ni ahora: No me arrepiento  de haberla tomado, pero estoy pagando un precio muy alto por ello
Quise morir y pensé en ello. Todo hubiese sido más fácil para ellos. Pero no tuve el coraje suficiente.  
Esto me llevó a pensar en  los motivos que pudieron llevar al suicida a tomar esa decisión. Tuvieron que ser muy graves.

Cuando  los primeros rayos del sol teñían de amarillo y naranja la oscuridad, me venció el cansancio.


Me desperté sobresaltado por el sonido del timbre de la casa.
Miré el reloj, eran las nueve, la hora a la que Anxela, venía puntualmente a intentar poner un poco de orden. Me cuidaba como si fuese su hermano pequeño y yo agradecía su cariño.
Después de abrirle la puerta y sorprendida por mi aspecto, supuso que la noche había sido peor de lo habitual. Con discreción, no hizo preguntas.
Me di una ducha rápida y salí a desayunar, como cada día, a Le Bistró, una  agradable cafetería localizada en el Paseo Puentes. Debía darme prisa. A las once había quedado en el estudio con Prado para continuar con el cuadro.

Continuará

Clochard



miércoles, 26 de diciembre de 2012

EL PINTOR DE ALMAS II

                                   Fotografía mía


          Eché un último vistazo a las  encabritadas olas que seguían estrellándose contra las rocas librando una desigual batalla. Seguía sin ver nada. Cuando me disponía a marcharme, en el  brevísimo tiempo que transcurría  entre  una ola y la siguiente, me pareció escuchar una voz.
            Me detuve y presté más atención. La segunda vez lo oí con más claridad y miré hacia abajo desde mi posición.
A mi izquierda, grupos de rocas se apiñaban formando una pequeña pendiente y,  entre  ellas, se distinguía a una persona aparentemente bien vestida, sentada, con la ropa completamente empapada, con las piernas flexionadas, abrazado a ellas y con la cabeza escondida  entre sus brazos.

-          ¿se encuentra bien?,… ¿necesita ayuda?,… ¿quiere que avise a emergencias?

Grité para elevar mi tono de voz por encima del ruido de las olas pero, nada me indicó que me hubiese escuchado. Se movía con un tempo constante, como un tentetieso y repetía como si fuera un mantra

-          No he sido capaz
-          No he sido capaz

De perdidos al río, pensé. Si he venido hasta aquí no me voy a marchar sin saber lo que ocurre.
Haciendo gala de una agilidad olvidada hace años, inicié mi descenso hasta la posición del misterioso “bañista”, intentando no partirme la crisma si resbalaba.
Cuando me encontraba a un par de metros de él, volví a repetir la pregunta

-          ¿se encuentra bien?

Pareció salir de su ensimismamiento y me miró con ojos ausentes. Su aterida cara reflejaba desesperación. Temblaba, no se muy bien si por su estado, o por el frío que podía sentir al estar totalmente empapado.
Su respuesta fue contundente

-          ¡No se acerque!
-          Solo quiero ayudarle – le contesté
-          ¡Le repito que no se acerque!

Yo, en mi papel de Capitán América, defendiendo causas perdidas, me aproximé hasta su posición y automáticamente se puso en pie.
Me miró otra vez sin pronunciar palabra y, por la intensidad de esa mirada, supe lo que iba a hacer.
Tomó impulso y se lanzó hacia el agua.
No pude hacer nada. Miré al punto donde se había lanzado y no fui capaz de encontrarlo. Al cabo de unos segundos vi como braceaba, intentando mantenerse a flote, pero sabía que era imposible. Con olas de tres y cuatro metros, estás a merced del capricho de Neptuno, y Neptuno esa noche estaba cabreado. Se elevó como si fuera un barquito de papel hasta la cresta y la acompañó hasta que fue lanzado contra  las rocas a escasos  metros de mi posición. Pude escuchar el ruido de su cráneo al fracturarse. Instantes después, otra ola lo arrastró de nuevo hacia las profundidades, como si quisiesen recuperar su trofeo.
Conmocionado por lo que acababa de presenciar, llamé al 112  intentando explicar lo que había ocurrido.
La policía no tardó en presentarse, a continuación fueron llegando una ambulancia y salvamento marítimo.
Expliqué varias veces lo ocurrido, tomaron nota de  todos mis datos y me permitieron marcharme, horas más tarde, no sin advertirme que se pondrían en contacto conmigo.
Eran las 4,30 de la madrugada cuando volví a cruzar el umbral de la puerta de mi casa. Sentía frío, algo normal en el mes de diciembre, pensé, además me había mojado durante la breve conversación con el desaparecido, así que decidí encender la chimenea de la sala para recuperar  algo de calor. Tenía claro que esa noche ya no iba a poder dormir.
Cuando los troncos empezaron a arder, me cambié de ropa, me serví un Laphroaig y me senté en el orejero que había junto a la chimenea.
Mientras daba pequeños sorbos  al malta y empezaba a notar  sus efectos, no podía quitar de mi mente la  imagen de la cara del suicida, ni el sonido que produjo su cráneo al romperse. Tenía la sensación de haber visto antes a esa persona, pero era incapaz de recordar donde.

Continuará

Clochard

sábado, 22 de diciembre de 2012

EL PINTOR DE ALMAS (1)

                                           Fotografía: Lucien Freud

La posición del cuerpo de la modelo era grotesca, casi de contorsionista, pero el realismo que mi mente buscaba,  requería una perfección difícil de conseguir. Su blanca piel, casi nívea, huida de los arquetipos estéticos que sugerían una belleza dorada. Curvas sinuosas se insinuaban bajo el encaje negro que cubría parcialmente su cuerpo. Curvas que parecían esperar nuevamente la mano del  escultor que las acariciase, las modelase para terminar de crear  turgentes senos, poderosas caderas y sensuales nalgas.  Líneas  perfilando  su rostro  trazadas  por Afrodita


Las pinceladas se sucedieron con rapidez,  con una maestría que denotaba las muchas horas pasadas delante de un lienzo. No disponía de mucho tiempo, así que me concentré en memorizar hasta el más mínimo detalle de la escena para poder recordarlo después, cuando el escenario ya hubiese cambiado. Cuando los haces de luz del atardecer dejasen de filtrase por la ventana del estudio, acariciando uno de los rostros mas bellos que mis ojos habían contemplado.
Una hora más tarde, Prado, daba muestras de cansancio y no conseguía mantener la postura  correcta.
-          ¿Lo dejamos por hoy? – le sugerí.
Aceptó sin dudar.
No me acostumbraba a la naturalidad con que paseaba su cuerpo desnudo por el estudio, hasta alcanzar la bata que cubrió su escultural cuerpo. Cuando dejaba de formar parte de mi obra y aparecía la mujer, me costaba mucho esfuerzo reprimir el dictado de mis hormonas.
Me serví un café y observé desde la ventana su caminar felino mientras cruzaba la calle alejandose


Esa noche, como la mayoría desde hacia dos años, dormí mal. Las pesadillas eran recurrentes. Me despertaba varias veces con la respiración agitada, sudando y con una sensación de pánico, que me obligaba a levantarme, encender un cigarrillo y salir al la terraza de la casa, buscando lo único que me relajaba, lo único que me devolvía la tranquilidad necesaria para  poder seguir durmiendo. Me apoyé en el barandado de piedra y me dispuse a escuchar la sinfonía que se estaba interpretando a pocos metros, delante de mí. El sonido del mar, de las olas que en su interminable viaje a ninguna parte, rompían sin descanso en la arena de Riazor, a veces con estruendo y tintes Wagnerianos y otras con suavidad, emulando las Gymnopedies de Satie, pero siempre consiguiendo su efecto terapéutico de relajarme.
A pesar del augurio de temporal, el cielo estaba despejado y el reflejo de la luna  junto con la iluminación del paseo marítimo, permitían ver con claridad la playa en toda su extensión. El silencio era casi absoluto, la ciudad dormía, solo era interrumpido por  el  batir de las olas, que esa noche tocaban Las Walkirias.
Se levantó una ligera brisa y me estremecí al sentir  frío. Había que entrar de nuevo en casa, si no quería pescar un catarro.
Fue entonces, al darme la vuelta cuando la vi.
En una zona rocosa al comienzo de la playa, se distinguía la silueta de una persona que caminaba lentamente con la aparente intención de entrar en el mar. Algo me llamó la atención y la observé unos instantes, entonces lo comprendí.
Me cambié de ropa lo más rápido que pude, cogí el móvil, las llaves de casa y me lancé a la carrera al punto donde vi por última vez a esa persona.
Llegué exhausto, sin respiración, maldito tabaco, mascullé. No veía a nadie. La olas rompían con fuerza contra las rocas. Sería imposible sobrevivir si alguien caía al mar en esa zona.
Pensé en llamar a emergencias, pero ¿Qué podía decir? Dudaba hasta de que mi imaginación me hubiese jugado una mala pasada. Decidí volver a casa.


Continuara

Clochard